sábado, 24 de septiembre de 2011

Una "progre" razonable

Hasta un "progre" puede apreciar un verdad, darse cuenta de que existe, como algo independiente de nuestra opinión. Desde luego, porque la fuerza de la verdad es superior a la cualquier terremoto, tsunami o la fuerza más irresistible que podamos concebir o imaginar, y aunque se pongan diques para contenerla o se intente disfrazar la mentira para hacerla pasar por verdad, el caso es que la Verdad triunfa siempre, más tarde o más temprano. Y la familia es la Verdad más profunda del ser humano. Fijáos en lo que acaba de escribir la Sra. Rahola:

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¡Viva la familia!

Pilar Rahola - La Vanguardia, 16 de septiembre 2011.


A veces la modernidad es muy antigua. Tanto que algunas ideas que en los tiempos del hipismo parecían lo más revolucionario, hoy suenan a oxidadas, a pura polilla. Sin embargo, mantener esos viejos esquemas que marcaron los ímpetus de las adolescencias inquietas, aún queda bien en algunos ambientes, hasta el punto que resulta sorprendente la resistencia que demuestran esos lugares comunes tan sudados. Por ejemplo, el tema de la familia.

Todos los que vivimos en los años de ‘L’orgia’ del Bellmunt llegamos a creer que íbamos a cargarnos esa venerable institución, como si nuestras ideas comunes improvisadas fueran instrumentos de relación humana más útiles. Al final todos esos atribulados progres nos casamos más de una vez, tuvimos hijos, nos convertimos en padres amantísimos y al final hemos acabado más emparejados que nuestros padres. Por supuesto hay de todo, que la botica permite todos los mejunjes, pero seamos sinceros: hemos vuelto a la familia. Ciertamente la hemos reinventado, y con el divorcio y la consolidación de derechos civiles, todos los modelos son posibles para conseguir lo fundamental, que el comedor de casa sea un territorio feliz. Pero más allá de los múltiples dibujos que permite el amor, lo cierto es que la familia es una institución sólida, útil y en la mayoría de casos magnífica. Y asegurar todo esto no nos define como carcas redomados, muy al contrario, lo redomadamente regresivo me parece afirmar lo contrario. Todo esto viene a cuento de la entrevista que la actriz Antonia San Juan dio ayer a Raquel Quelart en La Vanguardia, cuyo titular era explícito: “La familia como institución es decadente y no aporta nada al individuo”. Y añadía que “sólo enseña a ser drogadicto”. ¿Que qué? ¿Decadente?, ¿no aporta nada?, ¿drogadicto?

Pues lo lamento por Antonia, pero creo que sus declaraciones son lamentables. Primero, la familia no sólo no está en decadencia, sino que cada día nos casamos más y estamos más encantados de formar familias. Y segundo, decir que no aporta nada no sólo es incierto, sino que es triste. Lamento que a ella no le haya aportado nada. Pero a la mayoría de mortales la familia nos aporta la primera lección de la convivencia, nos da los instrumentos para avanzar en la vida, nos dota de un caudal de amor que nos refuerza y, cuando todo falla, nos recuerda que ahí está, como una red sólida que siempre nos acoge. La familia es una gran institución, auténtica escuela de la vida, el lugar donde refugiamos los miedos y compartimos los anhelos. Por supuesto, también puede ser una cárcel, pero eso no habla mal de la familia, sino de quienes la utilizan para destruir y destruirse. La visión de Antonia, pues, me parece un ejemplo de idea colgada en el tiempo, de parque jurásico del progresismo, de antigualla. No. La familia no es decadente. Lo que es decadente es no entender su enorme fuerza.

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