“La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer
constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole
natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue
elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados”1.
El catecismo de la Iglesia Católica expresa así
el modo en que la condición cristiana del hombre y la mujer va a determinar la
manera en que se funda y desarrolla su unión conyugal. En el presente post vamos a considerar en primer lugar, la condición de institución natural del
matrimonio, y luego consideraremos de qué manera Nuestro Señor Jesucristo ha
venido a elevar la dignidad de la institución al conferirle el carácter
sacramental entre bautizados.
1.
EL
MATRIMONIO, INSTITUCIÓN NATURAL
En el relato de la creación, Dios confiere al
ser humano la condición dual: “Y Dios creó al hombre a su imagen: a imagen
de Dios los creó, macho y hembra los creó”2. El hombre, criatura
divina, fue situada por el Creador en la cúspide de su creación. La persona
tiene una estructura óntica determinada ya que, al no darse él a sí mismo su
propio ser, la estructura de su ser le es dada. La dimensión sexual es un
aspecto de esa estructura del ser humano, estructura que se plasma: a) en que
cada hombre está constituido en varón o mujer (estructura viril o femenina
respectivamente), b) en que varón y mujer experimentan una mutua y natural
atracción y c) en que, como consecuencia de lo anterior, sienten un impulso o
tendencia natural a unirse en matrimonio.
“En consecuencia, la sexualidad, mediante la
cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos
de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo
de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente
humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la
mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte.” 3.
En ese sentido, en el Catecismo de la Iglesia
católica se destaca que la Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación
del hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios y se cierra con la visión de
las «bodas del Cordero». De un extremo a otro se habla del matrimonio 4.
Por tanto, vemos que la institución matrimonial
no es ningún tipo de injerencia o alteración que en la naturaleza humana
provoca la intervención de la ley divina: nada más lejos de la realidad: es una
institución que se inserta en lo más profundo de la condición humana.
Esa condición de institución natural se desprende
si atendemos, en orden a la especie, a su fecundidad, en cuanto a que el
matrimonio abierto a la vida es el origen de la familia, “nicho ecológico” en
el que el ser humano viene al mundo, crece, progresa y desarrolla sus
potencialidades. El mandato de “creced y multiplicaos” es expresivo de
este carácter de célula social humana básica de la familia.
2.
LA
SACRAMENTALIDAD
Vamos a considerar aquí la relación existente
entre el orden de la creación y de la redención: pues bien, ello es lo que hace
imposible que entre bautizados pueda darse un verdadero matrimonio que no sea
sacramento. Lo que, como vimos antes, era figura, con la venida de Cristo se
hace realidad. El matrimonio de los orígenes, institución natural y el
matrimonio “sacramento” se hacen uno. Queridos por Dios con la misma creación,
matrimonio y familia están internamente ordenados a realizarse en Cristo y
tienen necesidad de su gracia para ser curados de las heridas del pecado y ser
devueltos «a su principio», es decir, al conocimiento pleno y a la realización
integral del designio de Dios 5.
En efecto, el hombre vive, en lo más profundo de
su corazón y en el medio social en el que está inserto, la experiencia del mal.
El pecado original ha dejado su huella en la naturaleza caída, que sólo por la redención
y por los méritos infinitos ganados por la muerte y resurrección del Redentor
ha sido restaurada, hace que el matrimonio, vivido bajo la esclavitud del
pecado, padezca y viva amenazado por la discordia, infidelidad, celos
enfermizos, conflictos… Ese desorden no proviene de la naturaleza, sino como
vemos, tiene su origen en el pecado.
Por eso, Jesucristo enseñó en su predicación el
sentido original de la unión del hombre y la mujer. Y si el matrimonio es
vivido con la ayuda del Señor, siguiendo a Cristo “renunciando a sí mismos,
tomando sobre sí sus cruces, los esposos podrán comprender el sentido del
matrimonio” 6
El carácter sacramental del matrimonio despliega
sus efectos sobre sus propiedades: “En virtud de la sacramentalidad de su
matrimonio, los esposos quedan vinculados uno a otro de la manera más
profundamente indisoluble. Su recíproca pertenencia es representación real,
mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia” 7
Y ello es así por la gracia, que es ante todo
don gratuito de Dios, a través del espíritu Santo. Esa gracia comprende también
sus dones, que nos concede para hacernos capaces de colaborar en el crecimiento
del cuerpo de Cristo (la Iglesia) y en la salvación de las almas es la gracia
sacramental, dones propios del sacramento.
En ese sentido es muy ilustrativa la Carta
Encíclica Familiaris Consortio cuando señala que “el matrimonio es también
un símbolo real del acontecimiento de la salvación, pero de modo propio. «Los
esposos participan en cuanto esposos, los dos, como pareja, hasta tal punto que
el efecto primario e inmediato del matrimonio (res et sacramentum) no es la
gracia sobrenatural misma, sino el vínculo conyugal cristiano, una comunión en
dos típicamente cristiana, porque representa el misterio de la Encarnación de
Cristo y su misterio de Alianza. El contenido de la participación en la vida de
Cristo es también específico: el amor conyugal comporta una totalidad en la que
entran todos los elementos de la persona —reclamo del cuerpo y del instinto,
fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la
voluntad—; mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión
en una sola carne, conduce a no hacer más que un solo corazón y una sola alma;
exige la indisolubilidad y fidelidad de la donación reciproca definitiva y se
abre a la fecundidad (cfr. Humanae vitae, 9). En una palabra, se trata de
características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado
nuevo que no sólo las purifica y consolida, sino que las eleva hasta el punto
de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos” 8
Por último, diremos que el
matrimonio cristiano tiene todavía un sentido que va mucho más allá: es signo
eficaz, sacramento de alianza de Cristo y de la Iglesia. Por eso es signo y
comunicación de la gracia, sacramento de la Nueva Alianza 9.
Imagen: http://www.tubodaengalicia.com/
1 CEC 1601, en referencia al
CIC can. 1055, 1.
2 Gn 1,27.
3 FAMILIARIS CONSORTIO, 11.
4 CEC 1602
5 FAMILIARIS CONSORTIO, 3
6 CEC 1615
7 FAMILIARIS
CONSORTIO, 13
8 FAMILIARIS CONSORTIO, 13
9 CEC 1617.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Agradecería cualquier comentario relativo al presente post, pero ruego que se haga siempre con respeto, de otro modo no podrá aparecer publicado. Muchas gracias.