lunes, 16 de julio de 2012

LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO CRISTIANO




“La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados”1.

El catecismo de la Iglesia Católica expresa así el modo en que la condición cristiana del hombre y la mujer va a determinar la manera en que se funda y desarrolla su unión conyugal. En el presente post vamos a considerar en primer lugar, la condición de institución natural del matrimonio, y luego consideraremos de qué manera Nuestro Señor Jesucristo ha venido a elevar la dignidad de la institución al conferirle el carácter sacramental entre bautizados.


1.     EL MATRIMONIO, INSTITUCIÓN NATURAL


En el relato de la creación, Dios confiere al ser humano la condición dual: “Y Dios creó al hombre a su imagen: a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó”2. El hombre, criatura divina, fue situada por el Creador en la cúspide de su creación. La persona tiene una estructura óntica determinada ya que, al no darse él a sí mismo su propio ser, la estructura de su ser le es dada. La dimensión sexual es un aspecto de esa estructura del ser humano, estructura que se plasma: a) en que cada hombre está constituido en varón o mujer (estructura viril o femenina respectivamente), b) en que varón y mujer experimentan una mutua y natural atracción y c) en que, como consecuencia de lo anterior, sienten un impulso o tendencia natural a unirse en matrimonio.

En consecuencia, la sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte.” 3.

En ese sentido, en el Catecismo de la Iglesia católica se destaca que la Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios y se cierra con la visión de las «bodas del Cordero». De un extremo a otro se habla del matrimonio 4.

Por tanto, vemos que la institución matrimonial no es ningún tipo de injerencia o alteración que en la naturaleza humana provoca la intervención de la ley divina: nada más lejos de la realidad: es una institución que se inserta en lo más profundo de la condición humana.

Esa condición de institución natural se desprende si atendemos, en orden a la especie, a su fecundidad, en cuanto a que el matrimonio abierto a la vida es el origen de la familia, “nicho ecológico” en el que el ser humano viene al mundo, crece, progresa y desarrolla sus potencialidades. El mandato de “creced y multiplicaos” es expresivo de este carácter de célula social humana básica de la familia.

2.             LA SACRAMENTALIDAD


Vamos a considerar aquí la relación existente entre el orden de la creación y de la redención: pues bien, ello es lo que hace imposible que entre bautizados pueda darse un verdadero matrimonio que no sea sacramento. Lo que, como vimos antes, era figura, con la venida de Cristo se hace realidad. El matrimonio de los orígenes, institución natural y el matrimonio “sacramento” se hacen uno. Queridos por Dios con la misma creación, matrimonio y familia están internamente ordenados a realizarse en Cristo y tienen necesidad de su gracia para ser curados de las heridas del pecado y ser devueltos «a su principio», es decir, al conocimiento pleno y a la realización integral del designio de Dios 5.

En efecto, el hombre vive, en lo más profundo de su corazón y en el medio social en el que está inserto, la experiencia del mal. El pecado original ha dejado su huella en la naturaleza caída, que sólo por la redención y por los méritos infinitos ganados por la muerte y resurrección del Redentor ha sido restaurada, hace que el matrimonio, vivido bajo la esclavitud del pecado, padezca y viva amenazado por la discordia, infidelidad, celos enfermizos, conflictos… Ese desorden no proviene de la naturaleza, sino como vemos, tiene su origen en el pecado.

Por eso, Jesucristo enseñó en su predicación el sentido original de la unión del hombre y la mujer. Y si el matrimonio es vivido con la ayuda del Señor, siguiendo a Cristo “renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces, los esposos podrán comprender el sentido del matrimonio” 6

El carácter sacramental del matrimonio despliega sus efectos sobre sus propiedades: “En virtud de la sacramentalidad de su matrimonio, los esposos quedan vinculados uno a otro de la manera más profundamente indisoluble. Su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia” 7

Y ello es así por la gracia, que es ante todo don gratuito de Dios, a través del espíritu Santo. Esa gracia comprende también sus dones, que nos concede para hacernos capaces de colaborar en el crecimiento del cuerpo de Cristo (la Iglesia) y en la salvación de las almas es la gracia sacramental, dones propios del sacramento.  

En ese sentido es muy ilustrativa la Carta Encíclica Familiaris Consortio cuando señala que “el matrimonio es también un símbolo real del acontecimiento de la salvación, pero de modo propio. «Los esposos participan en cuanto esposos, los dos, como pareja, hasta tal punto que el efecto primario e inmediato del matrimonio (res et sacramentum) no es la gracia sobrenatural misma, sino el vínculo conyugal cristiano, una comunión en dos típicamente cristiana, porque representa el misterio de la Encarnación de Cristo y su misterio de Alianza. El contenido de la participación en la vida de Cristo es también específico: el amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona —reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad—; mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no hacer más que un solo corazón y una sola alma; exige la indisolubilidad y fidelidad de la donación reciproca definitiva y se abre a la fecundidad (cfr. Humanae vitae, 9). En una palabra, se trata de características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no sólo las purifica y consolida, sino que las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos” 8

Por último, diremos que el matrimonio cristiano tiene todavía un sentido que va mucho más allá: es signo eficaz, sacramento de alianza de Cristo y de la Iglesia. Por eso es signo y comunicación de la gracia, sacramento de la Nueva Alianza 9.

Imagen: http://www.tubodaengalicia.com/

1 CEC 1601, en referencia al CIC can. 1055, 1.
2 Gn 1,27.
3 FAMILIARIS CONSORTIO, 11.
4 CEC 1602
5 FAMILIARIS CONSORTIO, 3
6 CEC 1615
7 FAMILIARIS CONSORTIO, 13
8 FAMILIARIS CONSORTIO, 13
9 CEC 1617.

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