jueves, 13 de septiembre de 2012

En Tierra Santa II



El mar de Galilea (Kinneret o Genesaret)

Dado que el avión toma tierra en el aeropuerto Ben Gurion de Tel-Aviv cuando ya ha anochecido, el viaje en autobús hasta Tiberíades no permite apreciar cabalmente dónde está uno realmente.

Fue la primera mañana, al abrir las cortinas de la habitación y contemplar tras unas palmeras el mar de Galilea -también llamado lago Tiberíades o lago de Genesaret-  cuando se produjo el primer desbordamiento emotivo. Porque es el mismo en el que Nuestro Señor caminó sobre sus aguas, el mismo en el que pescaban profesionalmente algunos de los Doce antes de ser llamados al apostolado, algo que siguieron aun después, tras la Resurrección.

El lago, que tiene 21 kms. de largo y hasta 11 kms. de ancho está a 210 metros bajo el nivel del mar, y es alimentado básicamente por el río Jordán. Suele estar tranquilo, pero también sufre en ocasiones violentas tempestades, provocadas por los vientos fríos del norte, provenientes del monte Hermón.

El primer día de peregrinación propiamente dicho fue dedicado a visitar los lugares que se encuentran en las orillas de este gran lago, que tanto evocan la figura de nuestro Salvador, pues aquí transcurrió gran parte de su vida pública, aquí vivió y aquí despertó la vocación apostólica de gran parte de sus Discípulos. 

Uno no se cansa de mirar a todas partes, sabiendo que el paisaje que uno contempla, los horizontes, las montañas, las riberas, las rocas, y casi también los caminos, la vegetación, los cultivos… son idénticos a los que contemplaba a diario Jesucristo.

También nos ilusionaba pensar que el agobiante calor que hace en estos días del final del verano también lo padecía Él, y estamos seguros que sabía defenderse del mismo mucho mejor que nosotros. El contraste entre el aire acondicionado del autobús y el calor húmedo del exterior es a veces brutal, y creo que es la causa de que nos pareciera realmente agresivo y difícil de sobrellevar.

En ese primer día comenzamos visitando la Iglesia de las Bienaventuranzas, delicioso lugar, rodeado de hermosos y bien cuidados jardines.

Está enclavado en el lugar en el que Jesús pronunció el Sermón de la Montaña, en el cual interpretó auténticamente los Mandamientos mosaicos,  por lo que “debe quedar claro que el «Sermón de la Montaña» es la nueva Torá que Jesús trae”. Son palabras de Benedicto XVI, en el primero de sus dos libros sobre Jesucristo, titulado “Jesús de Nazaret, desde el Bautismo a la Transfiguración”. Este entrañable lugar es descrito por el Santo padre de una manera que expresa perfectamente lo que siente el peregrino: “quien ha estado allí y tiene grabada en el espíritu la amplia vista sobre el agua del lago, el cielo y el sol, los árboles y los prados, las flores y el canto de los pájaros, no puede olvidar la maravillosa atmósfera de paz, de belleza de la creación, que encuentra en una tierra por desgracia tan atormentada”

Esa belleza y esa paz entroncan perfectamente con la vida del cristiano, que a partir de Jesucristo y sus Bienaventuranzas, está llena de esa “misteriosa alegría del Discípulo que sigue plenamente al Señor” a pesar del sufrimiento y de los reveses de la vida.


Tras visitar esa Iglesia, ese remanso de paz y belleza nos dirigimos a la Iglesia del Primado de Pedro, en donde íbamos a celebrar la Santa Misa. El lugar está en la misma orilla del lago, y se trata de una Iglesia construida en 1933 sobre la llamada “mensa Christi”, la mesa del Señor, que es aquella sobre la que Jesús preparó una comida a los Discípulos que venían de pescar, infructuosamente, durante toda la noche.

La Iglesia del Primado de Pedro

El altar circular al aire libre

La misa fue al aire libre, sobre un sencillo altar circular, situándose el pueblo alrededor del mismo en un pequeño anfiteatro, que permite divisar la perspectiva del lago. Sencilla, recogida y piadosa, la ceremonia estuvo cargada de emoción. Sobre todo porque el Evangelio leído fue precisamente el que recoge la escena que tuvo lugar allí mismo, que a mi tanto me emociona, y que es Juan 21, 1-14:

Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros». Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.

Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?». Ellos respondieron: «No». Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán». Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!». Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar». Simón Pedro subió a al barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer».

¡Cuanta emoción sentimos todos al celebrar aquella Eucaristía contemplando el mismo lugar en la que el Discípulo amado reconoció al Maestro y le dijo al apóstol Pedro “es el Señor”…! Me lo imagino en la barca, a unos cien metros, emocionado totalmente de ver al Señor resucitado y dándole un codazo a Pedro, que no duda en arrojarse directamente a agua e ir nadando al encuentro de su querido Dios y Señor.

A continuación tuvo lugar el diálogo en la que Jesús le hace declarar tres veces a Pedro su amor por Él y le confirma el primado de la Iglesia, que recaerá sobre sus hombros. Pero eso será objeto de otro post, en el también contaremos le visita a Cafarnaún (seguiremos pues con Pedro) y la comida, en la que tuvimos ocasión de probar el “pez de Pedro”, uno de aquellos 153.

Imágenes: http://opusdeidesdedentro.blogspot.com.es, http://unsacerdoteentierrasanta.blogspot.com.es, http://es.gloria.tv

5 comentarios:

  1. Joaquín: de la abundancia y la riqueza del corazón habla la boca. Ojalá pueda algún día hacer lo mismo con mi mujer. Nos quedan 7 años para llegar a las bodas de plata.

    Muchas felicidades!!!

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  2. Y mejor si además te acompañan tus hijos. Nosotros hemos ido con la mayor (19) y la tercera (13). No me puedo imaginar un viaje más formativo y educativo que éste. Gracias por tu comentario, J.J.

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  3. Estimado Joaquín: Muy interesantes tus reflexiones, pero creo que nos harías un gran favor si hicieras además unas "recomendaciones" para cuando podamos ir. Perdón por el abuso. Un fuerte abrazo y muchas gracias. José Luis

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  4. ¡Cómo me gusta la forma que tienes de contarlo! Comparto todo lo que has dicho. Y con ganas de que llegue la siguiente entrega... MLuz

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  5. Hemos vivido una experiencia maravillosa los que hemos estado cnotigo en Tierra Santa. Te agradecemos que escribas algunos de los acontecimientos en los que hemos participado. Espero que continúes enviando tus recuerdos. Muchas gracias
    Pedro Estaún

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