Autora: Blanca Polo. 6 años.
Recuerdo que, cuando mi hija Blanca tenía tres años recién cumplidos,
se despertó una noche llamándome a gritos desde su habitación: “¡¡papaaaaaa,
papaaaaaa!! … ¡¡¡Papiiiiiiii, veeeeeen!!!!. Algo alarmado –no demasiado, es mi
cuarta hija y uno está bastante curtido en este tipo de situaciones nocturnas-
me dirigí enseguida a su habitación. Cuando llegué junto a su cama observé que
estaba plácidamente dormida, pero en seguida se giró, me miró a los ojos y me
dijo: “papi… te quiero”. Y siguió durmiendo con toda paz.
Esta niña es bastante aficionada a decir explícitamente que te quiere,
y lo hace a menudo. No es una niña especialmente dócil, ni particularmente
simpática, pero si muy franca en sus afectos. Juega constantemente, y considera
que jugar es su deber… ¡Papi, que estoy jugando!, me dice muy seria, entre un
ordenado despliegue de muñecos a quienes intenta disciplinar, cuando la llamo
para que se siente a la mesa a la hora de comer o comience a hacer los deberes
escolares.
Pocas cosas generan más felicidad que ver crecer, madurar a tus hijos,
ver sus caritas agitadas, o preocupadas, o felices y risueñas, oír sus risas,
sus carreras, saltos, empujones, bailes y sus juegos de todo tipo. Verlas llegar
a casa (hablo en femenino porque soy padre de cuatro hijas), cansadas pero con
una reserva de energía que no se agota, acompañadas muchas veces de amigas,
para trabajar o jugar, y siempre proponiéndote mil planes o pidiéndote mil cosas
que necesitan urgentemente.
No es ni mucho menos siempre fácil, ni es siempre una convivencia suave y sin sobresaltos la que
hay en casa. El orden y el silencio quedan definitivamente proscritos. Muy a
menudo las hermanas discuten y se pelean, se quitan cosas, se insultan y hasta
se dan algún cachete. Acuden siempre a papá y mamá, cargadas de razón, para que
el adulto las respalde, o medie a su favor en la disputa concreta. Hay llantos,
gritos, desencuentros, enfurruñamientos, malas caras.
Los niños, en ocasiones, son una especie de horda que acaban con la
paciencia del más pintado, o al menos lo intentan. Tienen sus trucos para
salirse con la suya a costa de lo que sea, y es difícil que acepten de buena
gana una negativa, o que se les lleve la contraria. Tienen pocos deseos de
esforzarse, de cumplir con sus obligaciones cotidianas, y necesitan muchas
veces de algún “refuerzo” paterno.
También se ponen enfermos, mis hijas son especialistas en todo tipo de
ahogos, ya se nos ha quitado el susto que nos daba ver a alguna completamente
morada… también se caen, se hacen heridas y puede que sangren aparatosamente.
Te prueban de mil y una formas, te exigen lo posible y lo imposible y casi
nunca se conforman con lo que tienen o con lo que son.
Es decir, en un hogar con niños hay días deliciosos, radiantes y hermosos, donde reina la paz y la armonía... y otros tales que si los comparamos con la batalla del Somme, ésta parece un leve escarceo tumultuoso. Hay noches en las que es imposible pegar ojo, porque tu hija de 16 años no aparece, o porque tu bebé no considera oportuno que dejemos de oír su hermosa voz. Y hay tardes lluviosas en las que los juegos de sobremesa permiten pasar unas horas deliciosas. Los papis disfrutamos intensamente de la hora u hora y media de paz que puede haber alguna noche, en ese delicioso rato que media desde que la última es vencida por el sueño hasta que a uno se le cierran los ojos...
En definitiva, es… ¡como la misma vida!, que también tiene sus días hermosos y sus días nefastos, esos problemas, grandes o pequeños que nos agobian a veces a todos, y esos ratos de felicidad, los éxitos más menos importantes, o simplemente algo que ocurre como esperábamos o como lo habíamos planificado; hay a veces dolor o decepción, y otras veces alegrías o satisfacción...
En realidad, esa especie de "tensión" a la que te somete la crianza y educación de una prole, más o menos nutrida, te hace sentirte vivo, muy vivo, explícita y abrumadoramente vivo, y por tanto joven y dispuesto a enfrentarte con quien sea y con lo que sea para sacarles adelante y que sean felices. La familia en la que hay niños, sobre todo cuando hay varios, es lo más parecido a una sociedad entera en miniatura, y es por tanto la mejor escuela de humanidad. Por eso dice Enrique Monasterio, en su Blog Pensar por Libre (http://pensarporlibre.blogspot.com.es/2014/12/dios-en-panales.html) que “Dios necesitó una familia para ser verdadero hombre”.
En definitiva, es… ¡como la misma vida!, que también tiene sus días hermosos y sus días nefastos, esos problemas, grandes o pequeños que nos agobian a veces a todos, y esos ratos de felicidad, los éxitos más menos importantes, o simplemente algo que ocurre como esperábamos o como lo habíamos planificado; hay a veces dolor o decepción, y otras veces alegrías o satisfacción...
En realidad, esa especie de "tensión" a la que te somete la crianza y educación de una prole, más o menos nutrida, te hace sentirte vivo, muy vivo, explícita y abrumadoramente vivo, y por tanto joven y dispuesto a enfrentarte con quien sea y con lo que sea para sacarles adelante y que sean felices. La familia en la que hay niños, sobre todo cuando hay varios, es lo más parecido a una sociedad entera en miniatura, y es por tanto la mejor escuela de humanidad. Por eso dice Enrique Monasterio, en su Blog Pensar por Libre (http://pensarporlibre.blogspot.com.es/2014/12/dios-en-panales.html) que “Dios necesitó una familia para ser verdadero hombre”.
Estoy plenamente convencido de que los hijos son, sobre cualquier otra
cosa, y por encima de cualquier otra consideración, la mayor fuente de
felicidad en esta vida, y realmente, lo que da sentido pleno y radical a la
existencia humana. El que voluntariamente, y sin otra razón de peso, se priva de ello renuncia a la mayor
fuente de realización personal que existe.
Sin embargo, esta afirmación mía está hoy siendo firmemente puesta en
entredicho, sobre todo por los jóvenes. Son normales frases como esta, para, por ejemplo, defender que es
preferible tener en casa un gato antes que un hijo: porque estás completamente centrado en tu carrera profesional y no
entra en tus planes que alguien te distraiga de ello. Tu trabajo es de lo más
gratificante y sabes que tu dedicación será recompensada. Tu futuro es lo
primero. Está muy expendida hoy la mentalidad de que lo único importante es lo que cada uno elija, que por eso mismo, ya está bien, no hay opciones mejores o peores que otras, todo se reduce al mero individualismo.
Es el signo de los tiempos. Por eso, Francesco D’Agostino dice que
“en este momento histórico estamos asistiendo a un conflicto que va a marcar
época: la batalla entre una visión individualista del hombre y una visión
relacional. Yo estoy convencido de que la auténtica es la relacional, pero la otra es muy funcional y ampliamente extendida (…). Precisamente esta visión es
la que está atacando a la familia, por su clara naturaleza relacional”.
Estoy de acuerdo gracias por tu reflexión
ResponderEliminarGracias por hablar bien de las cosas buenas. Tal vez, nos hemos dedicado a quejarnos de la familia, esperando que desde fuera, alguien nos arreglara socialmente. La realidad es que la familia siempre está dispuesta a sacrificarse por cada uno de los miembros, aunque a veces, haga falta un poco de amor y de humor, para que todo sea perfecto. Fuera de la familia, no hay solución posible. jlamat
ResponderEliminarExcelente post. Lleno de humanidad y de verdad. Está repleto de la sensatez del sentido común, justo lo contrario de quien es capaz de preferir las cosas o los animales a las personas. La relación más plenamente humana es el amor, y la mayor forma de amor se da en la familia. Todo lo demás es necesariamente menos humano, y mucho más pobre. Gracias por recordarnos cosas que deberían ser obvias.
ResponderEliminarGracias a todos por vuestros amables comentarios.
ResponderEliminarAl comentario de los jóvenes de "tu futuro es lo primero" le contestaría diciendo: ¿Hay futuro sin hijos?
ResponderEliminarGracias por seguir escribiendo.
CTLPDRA