jueves, 4 de octubre de 2012

En Tierra Santa V




El Templo

"La mayor parte de los muros occidentales del Templo de Jerusalén que pueden contemplarse hoy día, y los que están al sur de la explanada de las Mezquitas, incluyendo el santuario y el muro de las Lamentaciones, son de la época de Herodes el Grande". El Templo que construyó Herodes fue una de las maravillas del mundo, construido con enormes sillares extraídos de canteras cercanas a Jerusalén, que eran de color amarillo, casi blanco. Se asentó sobre la estructura original, los cimientos del Templo de Salomón. En su interior estaba el Santo de los Santos, sobre la roca en la que, según una antiquísima tradición, Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac. Todo esto nos cuenta Simón Sebag Montefiore, en su libro “Jerusalén, la biografía” (muy poco recomendable, por otra parte, por su profunda incomprensión del Hecho religioso y por sus constantes faltas de respeto al cristianismo). Y sigue: “el diseño del Templo (…) indicaba una brillante comprensión del espacio y del sentido teatral. Deslumbrante e impresionante, «estaba todo cubierto con una planchas de oro muy pesadas, y después de salido el sol relucía con un resplandor como de fuego», tan brillante que los visitantes se veían obligados a desviar su mirada. Al llegar a Jerusalén desde el Monte de los Olivos «se alzaba como una montaña cubierta de nieve». Ese fue el Templo que conoció Jesús y que destruyó Tito”.

Pero Jesús no sólo conoció este Templo, sino que estuvo y enseñó en él en multitud de ocasiones (Dice San Lucas, en 19, 47 que “enseñaba todos los días en el Templo”). Ya con unos 12 años debatió allí con los Doctores de la ley, dando, por cierto, un serio disgusto a sus padres (siempre que, rezando el Santo Rosario, medito este misterio, me pregunto como San José resistió la tentación de dar un cachete a su hijo, cuando este les respondió a él y su Madre de aquella manera tan aparentemente insolente… -“¿Por qué me buscabais?  ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?”- y como padre no puedo evitar una sonrisa. El asunto lo cuenta el evangelista San Lucas, en 2, 41-50).

Cuando, ya próxima la hora de pasar de este mundo al Padre, acudía cada mañana a enseñar al Templo desde la casa de Betania, contemplaría nuestro Señor este maravilloso espectáculo de su ciudad amada y el Templo, resplandeciente, desde el Monte de los Olivos. Precisamente en su falda se alza hoy una hermosísima Iglesia, llamada Dominus Flevit, el llanto de Jesús, pues fue allí donde el Maestro lloró al contemplar Jerusalén, pronunciando aquel impresionante y a la vez tan enternecedor reproche: “Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido!” (Lc 13, 34), y anuncia más tarde, entre lágrimas, que “vendrán días sobre ti en que no sólo te rodearán tus enemigos con vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, sino que te aplastarán contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho”. (Lc 19, 43-44).
(SIGUE)


Cuánto debió doler a Jesucristo la indiferencia, la agresividad y el desprecio de los suyos, que no supieron, ni saben aún, reconocer a su Salvador. La salvación iba destinada a ellos en primerísimo lugar, pero muchos la despreciaron (afortunadamente no todos, por eso aquí estamos nosotros, los cristianos 2000 años más tarde, dando testimonio de la fecundidad de aquel mensaje). El llanto de Jesús, hombre al fin como nosotros, era amargo, porque nada duele más que la traición de los tuyos, nada ensombrece más el corazón que el daño que te es infligido por quienes te son más queridos.

Contemplar Jerusalén desde esa colina del Monte de los Olivos emociona muchísimo, y nos induce a meditar sobre Jerusalén, sobre el Templo y sobre el pueblo judío. El día era hermosísimo, el calor aun no apretaba y la contemplación de tan sublime imagen de la Ciudad Santa nos llenó a todos de profundo estupor (DRAE: asombro, pasmo).

Esa misma tarde tuvimos ocasión de visitar el Muro de las Lamentaciones, lugar de importancia fundamental para el Judaísmo. Estaba muy concurrido pues algo más tarde iba a celebrarse un acto castrense, que imagino sería parecido a nuestras “juras de bandera”. Se trataba de nuevos soldados (de ambos sexos y muy jovencitos) que se incorporaban formalmente a lo que, por su insignia, debía de ser una unidad paracaidista.

Los hombres por un lado y las mujeres por otro accedimos al recinto y nos dirigimos cada uno a nuestra parte del antiquísimo muro. Los hombres nos pusimos la Kipá, pues es obligatorio hacerlo para acceder a un lugar sagrado como es el Muro. 

Allí me embargó un profundísimo sentimiento (DRAE: Estado afectivo del ánimo producido por causas que lo impresionan vivamente) al tocar aquellas venerables piedras y acercar mi frente a los inmemoriales restos. La oración que tantísimas personas hacían en voz alta al mismo tiempo, el ambiente de recogimiento y oración que casi podía beberse y la consideración de que esos mismos sillares contemplaron y fueron contemplados tantas veces por Nuestro Dios y Señor, visitante asiduo del lugar, me proporcionaron una extraña paz y una cercanía única a lo sobrenatural. Allí recé por todos, por los míos, por las familias  y por todo el mundo, por los judíos y por la Iglesia, durante largo rato, y algo después lo hice  también en el interior, allí donde The Western Wall Heritage Foundation ha efectuado una cuidadosa restauración y ha habilitado los espacios interiores anejos al Muro como gran biblioteca del judaísmo. Multitud de estudiosos de la Torá rezaban y estudiaban allí, sobre pequeños atriles. Todo me resultó hondamente conmovedor.

Y ¿cuál es el motivo de que estar allí me produjera tanta conmoción? Creo que fue por la consideración de un hecho fundamental, que su Santidad Benedicto XVI explica magistralmente bien en la segunda parte de su Jesús de Nazaret, la que dedica al tiempo transcurrido "Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección"

La atroz guerra que acabó con la completa destrucción del Templo no fue sólo una guerra de judíos contra romanos, sino también una guerra civil entre corrientes judías rivales, de ahí viene esa crueldad inimaginable, por el fanatismo de unos y la furia creciente de los otros. Flavio Josefo habla de 80.000 muertos, homicidios, saqueos, incendios, hambre, ensañamiento contra los cadáveres, y una completa destrucción del entorno, con una deforestación total en un radio de 18 kilómetros alrededor de la ciudad

La destrucción del Templo en el año 70 fue definitiva y, señala el Papa que para el judaísmo “el cese del sacrificio y la destrucción del Templo tuvo que ser una conmoción terrible, pues Templo y sacrificio estaban en el centro de la Torá” (…) ¿Dónde estaba la Alianza, dónde la Promesa? La Biblia, el Antiguo Testamento debía leerse de un modo nuevo”. Pero esa nueva lectura debe hacerse “a la luz de Cristo”, que amaba profundamente Jerusalén (ya hemos contemplado su llanto cargado de amargura), pero que anunció su destrucción y la del Templo. Porque, y este es el punto esencial, “con Jesús se ha acabado la época del Templo de piedra con su culto sacrificial, con Jesús ha acabado el período de sacrificio en el Templo y, con él, el Templo mismo: (…) Jesús mismo se ha puesto en lugar del Templo, el nuevo Templo es Él”. Y sigue diciendo: “Para Pablo, el Templo, con su culto, ha sido «demolido» con la crucifixión de Cristo; en su lugar está ahora el Arca de la Alianza viva de Cristo crucificado y resucitado.” En el cristianismo maduró muy pronto, afirma Benedicto XVI, esta convicción, y los cristianos sabían “desde el principio que el Resucitado es el nuevo Templo, el verdadero lugar de contacto entre Dios y los hombres.

4 comentarios:

  1. Es un relato conmovedor porque me ha movido o removido mejor dicho. Precisamente hace un mes, a estas horas, estábamos en Jerusalén, era nuestro primer contacto con la ciudad Santa que acoge a hombres y mujeres musulmanes, judios y cristianos. Vivencias que siguen ayudando a meditar la vida de Nuestro Redentor. Gracias Joaquín. Esperamos la próxima...MLuz

    ResponderEliminar
  2. Estimado Joaquín:
    Gracias por revivir la conmovedora visita a los Lugares Santos. Pero además has hecho estudios valiosos que hacen más comprensible y emotiva tu narración.
    ¡¡Claro que Jesús es la Nueva Alianza!! Y qué ciego está el mundo que no le sigue. Es por esto que ahora S.S. Benedicto XVI ha declarado el Año de la Fe, mismo que inicia este 11 de Octubre.
    Que tus escritos y reflexiones sean pues un motivo para muchos para creer en quien es el Camino, la Verdad y la Vida.
    Isabel G. Llorente

    ResponderEliminar
  3. ¡Gracias por vuestros inteligentes y amables comentarios! Se nota que habéis estado allí conmigo y que hemos vivido lo mismo...

    ResponderEliminar
  4. Como siempre, emocionante. Además, muy bien documentado. ¡Qué pena que la dureza del corazón humano -esa misma que impidió a Jesús recoger bajo sus alas a los habitantes de Jerusalén- no permita que en aquellos Santos Lugares se viva en paz! Es un arecordatorio perennne de cuánto mal somos capaces de hacer los hombre si nos olvidamos de Dios o lo manipulamos para nuestros propósitos.
    Gracias por tan magnífico relato, Joaquín.

    ResponderEliminar

Agradecería cualquier comentario relativo al presente post, pero ruego que se haga siempre con respeto, de otro modo no podrá aparecer publicado. Muchas gracias.

Un año en la División Azul.

Transcribo a continuación el artículo que publiqué recientemente en el número 743, junio 2021, de la revista mensual BlauDivisión, Boletín d...