lunes, 28 de enero de 2013

UNA APOLOGÍA DE LA FAMILIA



D. Manuel de Unceta y Murúa
Foto de la Biblioteca Nacional de Madrid

UNA APOLOGÍA DE LA FAMILIA[1]

A veces, inesperadamente, uno encuentra y lee cosas que le ensanchan el corazón. Recientemente ha llegado a mis manos un escrito, titulado “Origen de la familia: principales derechos y deberes consiguientes a esta institución”, muy en la línea del magnífico eslogan del Foro Español de la Familia , “hablando bien de las cosas buenas”. Se trata del discurso leído en la Universidad Central por D. Manuel de Unceta y Murúa en el Acto solemne de recibir la Investidura de Doctor en Derecho civil y canónico. Data de 1863, cuando este insigne vasco era un joven de 26 años; poco más tarde sería  diputado a cortes por Guipúzcoa.  A pesar de tratarse de un escrito de 150 años de antigüedad, el texto goza de una sorprendente actualidad, como podrá apreciar el amable lector; en él pueden leerse estas hermosísimas frases:

“La familia, esa santa y venerada institución, que ha sido y será siempre el cuadro más bello del mundo (…) y que ha ejercido constantemente una influencia muy directa en la marcha de la humanidad, y que lo mismo esparce sus encantos en las miserables cabañas que en los opulentos palacios, igualmente en la morada del rico magnate que en la del pobre menestral; la familia, que ha sido uno de los objetos primordiales de los libros santos, y que ocupa las más brillantes páginas de la historia y de la filosofía, de la legislación y del derecho, de la economía y de la moral, de la política y de las ciencias todas, en fin, porque refleja fiel y exactamente el estado de las naciones. (…) 

Los primeros destellos y el fundamento de esta gran reunión de seres racionales que forma la sociedad humana, los encontramos en la familia. (…) La familia responde a una necesidad de nuestro corazón; llena un vacío inmenso; es el complemento de nuestro modo de ser (…). La familia da nacimiento a una cadena de seres ligados por medio de un vínculo estrecho y misterioso, cuya benéfica influencia nos sonríe y acaricia en la cuna, y que en el transcurso de nuestro ser, nos consuela de los pesares y amarguras de la vida, vínculo que no enfría la nieve de las canas, que vive siempre y se transmite puro de generación en generación. (…)

Ninguno de los goces del mundo puede compensar los suaves y delicados de la familia, y cuando uno de sus individuos sufre, su corazón encuentra desahogo y consuelo, confiando sus penas en el seno del hogar doméstico. (…) El amor es la ley que preside sus destinos, y eslabonados todos los corazones, formando la dulce cadena del cariño recíproco, miran tranquilos deslizarse sus días, viendo dibujarse en lontananza, los destellos de una felicidad eterna”.

Más adelante (el discurso completo abarca diecisiete páginas de imprenta), el autor de esta deliciosa apología de a familia hace afirmaciones de gran interés y actualidad, como cuando resalta que “la mancomunidad de sentimientos y de esperanzas” que unen al padre y a la madre “no puede resultar de uniones pasajeras, de uniones sin principio y sin dignidad”, porque para él “la unión legítima y durable de los dos sexos (…) es el fundamento de la familia y de la sociedad”. No podemos estar más de acuerdo con ello.

De sorprendente actualidad es su rotunda afirmación de la igual dignidad y derechos del varón y la mujer unidos en matrimonio, cuando, hablando de la unidad matrimonial afirma que “los cónyuges deben guardarse recíprocamente la fe jurada al pie de los altares; a ambos incumbe igualmente la dirección de los asuntos domésticos, siendo la categoría de la mujer igual en un todo a la de su marido”,  y cree al respecto que “la educación moral de los hijos es, pues, el primer y uno de los más estrechos deberes de los padres; si lo olvidan, pocas veces podrán gustar las caricias de un buen hijo”.

Por último, el discurso acaba con el homenaje a la Madre, en unas líneas cargadas de amorosa emoción, que a mi me parecen de lo más hermoso que he leído al respecto:

“Cuando han transcurrido muchos años desde que la que nos dio el ser bajó al sepulcro, y cuando nuestra vida toca a su ocaso, entre los misteriosos celages[2] que ocultan el porvenir, creemos divisar una forma humana coronada de una aureola de purísima luz; es la sombra de nuestra madre querida, que después de habernos conducido por entre los mil escollos que por doquiera ofrece el mundo, viene cariñosa a sentarse al borde de su tumba, para esperarnos en el límite fatal que separa el mundo de la eternidad, la vida de la muerte”.



[1] Discurso de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo
[2] DRAE: Celaje: Presagio, anuncio o principio de lo que se espera o desea.

2 comentarios:

  1. Siempre me ha impresionado la bondad de las madres, capaces de defender al hijo más débil, o de esconder sus debilidades donde haga falta.

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