Gobierno de Chile. Extraordinario:
Desde hace varias décadas que Chile enfrenta un gigantesco desafío demográfico producto de una sostenida baja en sus tasas de natalidad y un alza en las expectativas de vida, que ha llevado a un envejecimiento progresivo de su población, con adultos mayores que son cada día más numerosos frente a niños y jóvenes cada vez más escasos.
Si hace 50 años las mujeres en edad fértil tenían en promedio 5,4 hijos, ya en 1990 esa cifra había caído a la mitad y hoy apenas alcanza a los 1,8, lejos de los 2,1 requeridos para mantener nuestra población constante e inferior a la de Latinoamérica (2,2) y el mundo (2,4). El resultado: hoy tenemos un millón de niños menos jugando y alegrándonos la vida que los que existirían si hubiésemos mantenido los índices de natalidad de principios de los años 90. Si seguimos por este camino, se estima que hacia el 2020 habrá 250 mil niños menos en nuestras escuelas y recién hacia el 2050 alcanzaremos los 20 millones de habitantes, fecha en la cual nuestra población será la mitad de la de Perú y Argentina, y habremos sido alcanzados por la de Bolivia.
Diversos estudios coinciden en las graves consecuencias para Chile de este fenómeno. En efecto, el aumento de la tasa de dependencia de adultos mayores respecto de la población económicamente activa y los mayores costos asociados a este proceso, especialmente en materia de salud y pensiones, inevitablemente llevarán a un aumento del gasto agregado a costa del ahorro e inversión del país, lo que, a su vez, producirá una caída en el crecimiento potencial de largo plazo de nuestra economía en torno al un punto porcentual del PIB (desde sus actuales niveles del 5% aproximadamente a algo menos del 4%). En mi opinión, sin embargo, no es el aspecto económico lo más grave y preocupante de este fenómeno. A fin de cuentas, los mismos estudios coinciden en que la baja en la tasa de natalidad debiera producir aumentos adicionales en el PIB per cápita de los chilenos, en el gasto en educación por niño, en la participación laboral y salarios de las mujeres, e incluso en la recaudación fiscal (por el aumento de los ingresos derivados del IVA, que grava el consumo).
Lo realmente preocupante de este verdadero invierno demográfico que estamos sufriendo es que trasunta una falta de fe y confianza de los chilenos en el futuro. Digámoslo con todas sus letras: no hay peor pobreza, quizás no material, pero sí espiritual, que la escasez de niños, pues en ellos se funda buena parte de la felicidad y motivación personal, familiar y social. De hecho, en Chile más del 80% de los padres reconocen que sus hijos son su mayor fuente de alegría y satisfacción. No es raro, entonces, que esta crisis de la natalidad sea seguida de otras, como el debilitamiento creciente de la familia y sus redes sociales, del aumento en el número de personas viviendo solas, de la mayor prevalencia de enfermedades mentales como la depresión, de la caída en los niveles de solidaridad intergeneracional; en fin, de tantos factores que dan sentido a nuestras vidas. Y es que inevitablemente un país con bajas tasas de natalidad es un país más triste, más gris y con menos fe en su futuro.
Por todo ello, el gobierno de Chile decidió tomar el toro por las astas y poner en marcha una audaz agenda en favor de la familia, la maternidad y la natalidad, confiados en que todo lo que hagamos hoy por nuestros niños lo restituirán con creces a la sociedad en el futuro. Esta agenda cuenta con tres pilares: fomento de la natalidad; promoción y flexibilización del trabajo femenino; y apoyo a las familias con niños, cada uno con medidas, metas y plazos concretos.
En materia de fomento de la natalidad, lo primero es hacernos cargo de la dura realidad de cerca de 250 mil parejas, casi una de cada cinco del total en edad reproductiva, que sufren de distintos tipos de infertilidad y que, en su inmensa mayoría, pueden ser resueltas con tratamientos de baja y mediana complejidad, como la estimulación ovárica o la inseminación intrauterina. Para ellas, hemos resuelto cuadruplicar el número de tratamientos de fertilización y reproducción asistida disponibles a través de Fonasa. Junto a lo anterior, recientemente establecimos un bono de hasta $ 200.000 a aquellas madres biológicas o adoptivas que tengan más de dos hijos, como una forma de reconocer que la maternidad no es algo que competa sólo a las madres y padres, sino a la sociedad toda, y dar una señal concreta de que en Chile estamos comprometidos con la vida y necesitamos más niños.
En materia de promoción y flexibilización del trabajo femenino, estamos muy contentos de haber creado, durante nuestro gobierno, más de medio millón de empleos para mujeres, y de haber aumentado significativamente sus salarios y tasa de participación laboral. Sin embargo, no queremos que esto se haga a costa de la familia y la maternidad. Porque así como no es justo que la maternidad sea un impedimento para que la mujer trabaje, tampoco lo es que el trabajo sea un impedimento para que la mujer tenga hijos. No queremos que en Chile las mujeres tengan que optar entre el trabajo que necesitan y el cuidado del hijo al que aman. Porque necesitamos ambos.
Por eso extendimos el posnatal a seis meses y su cobertura de un tercio a la totalidad de las mujeres trabajadoras, favoreciendo a la fecha a cerca de 150.000 madres; estamos subsidiando en hasta un 20% el salario de 180 mil mujeres pertenecientes al 30% más vulnerable; pusimos en marcha el programa de 4 a 7, para que los hijos de madres trabajadoras tengan actividades educativas y recreativas después de sus horarios de clases, y estamos reformando el sistema de salas cuna para favorecer a todas las madres trabajadoras, creando una subvención educacional universal desde los tres años y estableciendo la universalidad, obligatoriedad y gratuidad del kínder.
Finalmente, en materia de apoyo a las familias con niños, hemos aumentado la superficie promedio de las viviendas sociales desde 42 a 47 m2, y sobre 50 m2 para las familias con más hijos o que acojan a adultos mayores o a personas con capacidades diferentes, lo que, sin duda, permite mejorar sustancialmente la calidad de vida familiar dentro del hogar. Y también creamos el Ingreso Etico Familiar, una política esencialmente pro familia, que a través de subvenciones estatales apoya a todas las familias más vulnerables, pero especialmente a las que tienen más hijos.
Los chilenos tenemos hoy no sólo la maravillosa oportunidad de alcanzar el desarrollo, sino también de decidir qué tipo de desarrollo queremos alcanzar. No sacamos nada con llegar a ser un país rico en bienes materiales, pero pobre en espíritu. Son demasiadas las naciones y pueblos que, intentando escapar de las garras de la pobreza, terminan rindiéndose a las enfermedades de la riqueza, como el individualismo y materialismo excesivo, la disolución de la familia; el aborto, la eutanasia y el suicidio; el abandono de los niños y ancianos y la proliferación del alcoholismo y la drogadicción, todos los cuales terminan siendo más crueles y desgarradores que cualquier carencia material. Y qué mejor antídoto contra estos y otros males de las sociedades modernas que contar con familias más fuertes y unidas y niños más respetados y queridos alegrándonos la vida. A fin de cuentas, los niños son como las estrellas: iluminan nuestras vidas incluso en la oscuridad de la noche, y por eso nunca serán demasiados; mientras más niños existan en Chile, mejor.
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