Imagen: "Infantilismo". migueljara.com
Hace ya meses escuchaba un programa de radio en el que una conocidísima periodista gritaba a pleno pulmón a un oyente atribulado… “Tú tienes derecho a ser feliz”. Al parecer, el oyente llamó al programa radiofónico para quejarse de que el médico no había querido recetarle un ansiolítico de moda…
El niño se caracteriza precisamente por su tendencia a convertirse (si una buena educación no lo remedia) en un pequeño tirano, convencido de que todos están a su servicio y de que no tiene deberes, sólo tiene el derecho a que todo y todos estén a su servicio. Debe tratarse de un condicionamiento educativo humano, y dice a este respecto María Calvo, en su interesantísimo trabajo “La ideología de género y sus consecuencias sobre la relación paterno-filial” que en ello tiene mucho que ver el debilitamiento de la figura paterna, cuando no la simple ausencia del padre: hablando de las madres animales, que “parecen conocer de esta necesidad [que el niño no se sienta «devorado» por su madre por la sobreprotección que ésta le dispensa] y (…) para hacer combativos a sus vástagos (…) no dudan en maltratarlos para alejarlos de ellas mismas” las contrapone a las madres humanas, quienes “por el contrario, luchan por evitar a sus crías todo tipo de sufrimiento y tienden a darles cuanto necesiten; haciéndolas adictas al placer –reproduciendo y prolongando así la placentera vida uterina– y provocándoles a largo plazo la más inmensa de las infelicidades, pues los convierten en seres carentes de la dimensión adulta, niños eternos, en palabras de F. Savater, “envejecidos niños díscolos”.
Estos niños eternos, seres carentes de dimensión adulta, (véanse más indicios de su existencia en este mismo Blog: El adulto infantilizado) son los que mayoritariamente pueblan hoy día las ciudades y pueblos del hemisferio occidental “civilizado”. Y no olvidemos que lo que nos convierte en humanos no es una determinada característica genética o bioquímica (no hace mucho se publicaba que, habiéndose descifrado y secuenciado el genoma completo de los grandes simios, su gran similitud con el genoma humano llenó de estupor a los investigadores, que no fueron capaces de encontrar en las cadenas moleculares de los ácidos nucleicos aquello que nos hace precisamente humanos), no, lo que nos convierte en humanos es la libertad, el libre albedrío.
Pero la otra cara de la libertad, es decir, la misma libertad mirada desde otro ángulo, es la responsabilidad. Somos libres porque nos autodeterminamos, y como consecuencia de esa autodeterminación asumimos plena y conscientemente las consecuencias de nuestros actos. Se ha llegado a decir, en este sentido, que “no hay premios ni castigos; hay consecuencias”. Siempre, claro está, que estemos en presencia de un adulto en el pleno uso de sus facultades mentales. A este respecto el derecho penal (por poner un ejemplo) acuñó el concepto de “inimputabilidad” para los casos de personas que no eran capaces de asumir las consecuencias de sus actos, por lo que la sanción penal no debería recaer en ellos. Son inimputables los menores y los locos. Incapaces de asumir las consecuencias de sus actos.
Pues bien, la sociedad occidental, y muy particularmente la española, se está despeñando a velocidad acelerada (como no puede ser de otra manera) por la pendiente de convertirnos a todos en esos “envejecidos niños díscolos” de los que hablaba Savater. Y me quiero detener en un solo ejemplo:
Con el pretendido derecho a abortar, es decir, a eliminar una vida humana cuando es más vulnerable, cuando está en el seno materno y cuando ha recibido, por el motivo que sea el estigma de “no deseada”, la irresponsabilidad alcanza cotas astronómicas. En primer lugar, el egoísmo y la irresponsabilidad del varón, que se desentiende por completo de las consecuencias de sus actos, endilgándole el “problema” a la madre y haciéndola única responsable de una acción en la que han intervenido ambos al 50%. Y en segundo lugar la madre y la sociedad en su conjunto. La mera consideración de una nueva vida humana como “un problema” ya es una dramática muestra del nivel de degeneración moral de nuestra sociedad. Pero que además, se promueva desde los poderes públicos, se pague con dinero público y le legisle para considerarlo un derecho subjetivo al hecho de matar a la personita concebida es del todo injustificable.
Ante un embarazo (la mujer ya es madre cuando queda embarazada), en lugar de asumir las consecuencias, por el respeto al superior concepto de la vida y la igual dignidad de todo ser humano, se pretende evitar el problema, eludir la situación, sacrificando esa vida prenatal. Cuando esa nueva vida presenta alguna probabilidad de desarrollar alguna enfermedad también se acude a su supresión, a la eliminación de esa vida, como si fuera poco o menos valiosa.
Son las consecuencias de considerar la relación sexual como un simple pasatiempo, un divertido juego que, por desgracia, puede tener consecuencias imprevistas.
La vigente ley del aborto tiene mucho que ver en todo esto; es hoy en día el culmen de la estulticia, y del abuso del concepto de derecho subjetivo, con aquello de que “las mujeres tiene derecho a la maternidad libremente decidida” (¡como si alguna vez no lo hubieran tenido!), o el derecho (que se menciona en la Exposición de Motivos) a la “libre disposición de su cuerpo”, lo que recuerda al esclavo que reivindica lo único que considera suyo, su cuerpo. En el colmo de la hipocresía, afirma la Exposición de Motivos de este aciago texto legal que la presente ley reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida, que implica, entre otras cosas, que las mujeres puedan tomar la decisión inicial sobre su embarazo y que esa decisión, consciente y responsable, sea respetada, pero lo hace tras afirmar un poco más arriba que en esta ley se toman como punto de partida los principios de la sentencia 53/1985, del Tribunal Constitucional, básicamente aquel que decía que la vida prenatal es un bien jurídico merecedor de protección que el legislador debe hacer eficaz.
De modo que, basándose en ese principio que expone el Constitucional, la ley proclama, en llamativo alarde de desvergüenza, que considera razonable dejar un plazo de 14 semanas en el que se garantiza a las mujeres la posibilidad de tomar una decisión libre e informada sobre la interrupción del embarazo. Es decir, que la protección jurídica de la vida prenatal que el legislador debe regular consiste en dejar libertad a la madre para acabar con la vida de su hijo. Sigue diciendo (y uno no puede evitar el sonrojo y la indignación) que la experiencia ha demostrado que la protección de la vida prenatal es más eficaz a través de políticas activas de apoyo a las mujeres embarazadas y a la maternidad (pero en la ley no se prevé ni regula nada al respecto, absolutamente nada) … por ello, la tutela del bien jurídico en el momento inicial de la gestación se articula a través la voluntad de la mujer, y no contra ella.
Recuperemos, más bien, comencemos a exigir cada vez más alto ser tratados como adultos, como seres humanos íntegros y responsables de nuestros actos. Sólo así nuestra sociedad volverá a tener la esperanza de no desaparecer por completo.
Algunos piensan que cada uno es libre de hacer con su vida lo que quiera, -me refiero a asuntos como la vida, la libertad en la educación, o el valor de la familia, por ejemplo-, pero es que más tarde o más temprano esos valores tan diferentes, se contraponen y la ideología es capaz de superar a la biología, el derecho a la vida, o lo que haga falta....Miedo me da.
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