«Para Adolf Hitler, pronunciar un discurso era un acto de
violencia»
Max
Gallo, La noche de los cuchillos largos
Los españoles estamos asistiendo en los últimos tiempos –y en
especial desde el Decreto que instauró el Estado de Alarma- a una «escalada» en
los niveles de agresividad del discurso político. Hace pocos días, el líder de
un grupo parlamentario decía, en la misma sede de la soberanía, lo siguiente,
refiriéndose a los representantes de otro grupo político de ideología opuesta: Porque ustedes representan el odio, la
hipocresía y la miseria moral, y les aseguro que España, y nuestro pueblo, una
vez más, como en el siglo XX, se quitará de encima la inmundicia que ustedes
representan. Quien pronunció estas palabras fue, nada menos, que Pablo
Iglesias Turrión, vicepresidente segundo del gobierno de España, el pasado 29
de abril.
Los Estados totalitarios tienen por costumbre utilizar un lenguaje
muy agresivo, violento, y ofensivo, porque el poder de sus líderes descansa, en
buena parte, en el miedo. Baste de ejemplo la frase de Adolf Hitler que sirve
de pórtico. Para Vladimir Ilich Uliánov (Lenin)
el uso de la violencia era esencial en su táctica revolucionaria, y dijo al respecto:
La dictadura revolucionaria del proletariado es un poder
conquistado y mantenido mediante la violencia ejercida por el proletariado
sobre la burguesía, un poder no sujeto a ley alguna.
(Obras escogidas, T. III, p 37)[1].
Siempre he mantenido la convicción de que el ejercicio de la
violencia no sólo se lleva a cabo con acciones que impliquen el uso de la
fuerza física, que acaben lesionando a personas o destrozando objetos. También
es violencia el insulto, el desprecio o la amenaza, es violencia verbal. La
cualidad de violento implica el uso de una fuerza e intensidad extraordinarias,
física o –lo que es más importante ahora- moral. Se invoca, en ocasiones, la
libertad de expresión para amparar estos excesos, pero se olvida que tal
derecho no puede amparar jamás el uso de la violencia.
Ese lenguaje cargado de agresividad –lenguaje, insisto, violento-
traspasa la puerta del hemiciclo y contagia, como un virus, a amplios sectores
de la sociedad española, que se empieza a notar por momentos más polarizada, es
decir, orientada en dos opciones contrapuestas. No hace falta que traigamos a
colación la manida frase de Antonio Machado, pero no es bueno que olvidemos
nuestra propia historia.
En la web del Congreso de los Diputados pueden consultarse los
Diarios de Sesiones de la Cámara en los tiempos de la Segunda República. Si
consultamos los de 1936, cuando, tras las elecciones de febrero, gobernaba el
Frente Popular, sus niveles de violencia verbal eran muy elevados, reflejo de
la virulencia del enfrentamiento político que ya se daba en la sociedad, y en
las calles. Esos enfrentamientos desembocaron en la devastadora y cruenta
guerra civil.
De dicho Diario de Sesiones sacamos este extracto del discurso del
diputado don José Calvo-Sotelo, entre gritos e insultos:
(…) Eso pienso, y hago constar que mientras la presidencia me
ampare en mi derecho permaneceré impertérritamente en pie, dispuesto a decir
todo lo que tengo que decir. (Nuevas interrupciones: Todas las agresiones han
partido de vosotros. (¡Qué cinismo!) Advierto que las interrupciones que tengan
carácter ofensivo, viniendo de algunas personas para mí no lo serán. (La Sra.
Ibárruri: Id a decir esas cosas en Asturias. —Continúan los rumores.)
Iba diciendo, Sr. Presidente, que con su venia entregaré a la
Redacción del Diario de Sesiones los datos cuya lectura omito para no prolongar
mi intervención. (Rumores.) Y advierto que entre esos episodios los hay tan
horrendos, que los mismos que me interrumpen serían los primeros en guardar
silencio, porque no hay ninguna persona, no ya con figura, con alma, que quiere
decir figura humana, que ante ciertos episodios canallescos y horrendos,
cualesquiera que sean sus autores y sus víctimas, no sienta indignación.
(Nuevas protestas.)
El Sr. Azaña se limitaba a calificar de tonterías el incendio de
las iglesias. (Denegaciones. — El Sr. Sánchez Albornoz: Pero, ¿cuándo lo ha
dicho?) Nunca, Sr. Azaña, se puede calificar así el incendio de un templo.
(Rumores y protestas. —El Sr. Presidente reclama orden. —La Sra. Nelken: Hay
cosas que no se pueden oír con paciencia, ni con campanilla ni sin ella.)
En la siguiente sesión, de 16 de abril de 1936, el diputado de
derechas José María Gil-Robles había hecho recuento de los recientes actos
violentos. Se debatía, como estos días de la pandemia, la proposición no de Ley
del fin del Estado de Alarma:
Me va a permitir la Cámara que brevemente haga una estadística de
cuál es el desconcierto de España desde que el Sr. Casares Quiroga ocupa la,
cabecera del banco azul. Desde el 13 de Mayo al 15 de Junio, inclusive:
Iglesias totalmente destruidas, 36. Asaltos de iglesias, incendios
sofocados, destrozos e intentos de asalto, 34. Muertos, 65. Heridos de
diferente gravedad, 230. Atracos consumados, 24. Centros políticos, públicos y
particulares destruidos, 9. Asaltos, invasiones, e incautaciones -las que se
han podido recoger-, 46. Huelgas generales, 79. Huelgas parciales, 92.
Clausuras ilegales, 7. Bombas halladas y explotadas, 47.
Acabo con un breve extracto de la intervención de la diputada doña
Dolores Ibárruri en esa misma sesión:
Cultivasteis la mentira; pero la mentira
horrenda, la mentira infame; cultivasteis la mentira de las violaciones de San
Lázaro; cultivasteis la mentira de los niños con los ojos saltados;
cultivasteis la mentira de la carne de cura vendida a peso; cultivasteis la
mentira de los guardias de Asalto quemados vivos. Pero estas mentiras tan
diferentes, tan horrendas todas, convergían a un mismo fin: el de hacer odiosa
a todas las clases sociales de España la insurrección asturiana, aquella
insurrección que, a pesar de algunos excesos lógicos, naturales en un
movimiento revolucionario de tal envergadura, fue demasiado romántico, porque
perdonó la vida a sus más acerbos enemigos, a aquellos que después no tuvieron
la nobleza de recordar la grandeza de alma que con ellos se había demostrado.
Esa violencia verbal tan extremada era entonces reflejo de la
violencia real en las calles. Hoy, todavía, ese nivel de violencia total no
existe aún en España. Pero el derrotero por el que discurre la política y la
sociedad españolas resulta muy preocupante. Como nos enseña la historia, avivar
el odio en una nación como la nuestra puede llevarnos a una violencia
devastadora. Recuperemos la educación, la cordura y el debate sosegado.
Imagen: Bundesarchiv. (Bbundesarchiv_Bild_146-1982-004-13A_Aufmarsch_am_Abend_der_Machtergreifung_Hitlers.jpg)
[1] Pueden consultarse fácil y gratuitamente en Internet:
https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe3/lenin-obras-3-3.pdf
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