Cuenta Eça de Queirós en su
novela El conde de Abranhos la vida
de un político portugués, «un
estadista, orador, ministro, presidente del Consejo, etcétera, etcétera, que
bajo esa grandiosa apariencia resulta ser un bribón, un pedante y un burro»
para mostrar «las mezquindades,
estupideces, bellaquerías y sandeces que se esconden bajo un hombre a quien
todo el país proclama grande». D. Alipio, el protagonista de la
novela es el prototipo del político, corrupto y arribista, cuya conducta
pública (en este caso, de una torpeza abrupta y frecuentemente hilarante) está
en abierta contradicción con su bajeza moral. Amante desde muy joven «del lujo, las amplias habitaciones
alfombradas, el armónico servicio de unos lacayos bien disciplinados»,
le resulta «odiosa la pobreza en
todos sus aspectos», por lo que reniega enseguida hasta de su propio padre, un humilde
sastre de provincias. Conseguido el escaño por pura casualidad, y aunque se muestra muy parco en palabras, pronto adquiere fama por su lenguaje alambicado y pedante hasta la nausea, y sus traiciones.
A mi desde siempre me ha llamado
particularmente la atención la peculiar manera de hablar que tienen los
políticos españoles. Lo hacen de una manera que, en general, se aleja mucho del
lenguaje coloquial de los españoles. Abundan en la peculiar jerga política las
frases ampulosas, los circunloquios, la adjetivación exagerada, las palabras
tajantes, los mensajes difusos, abstrusos, prácticamente incomprensibles las
más de las veces.
Nuestros políticos pronuncian a
menudo como sobresdrújulas palabras que no lo son, convirtiendo su discurso en
soflamas falsarias, en invectivas con las que se persigue siempre dejar al
adversario a la altura del betún, vilipendiado, desacreditado, moralmente
inane.
Pues bien, estos últimos días
hemos sido todos testigos de la bochornosa reacción de nuestra clase política
en general ante la proposición de ley del diputado Carlos Salvador (UPN), según
la cual, las mujeres que opten por la interrupción del embarazo en las primeras
14 semanas de gestación recibirán en un sobre cerrado una ecografía del no
nacido junto al listado de las ayudas públicas disponibles para las gestantes y
la cobertura sanitaria a la que tienen derecho. Me refiero sobre todo al
“escándalo[1]”
mostrado por los políticos del lado izquierdo del espectro, patente en grandilocuentes declaraciones, que
hemos podido leer en prensa. Vemos un breve ejemplo, extraído del diario “El
Mundo” del 15 de octubre de 2013:
«La
idea de UPN de que la reforma del aborto obligue a entregar una ecografía del
feto a la mujer que quiera hacerlo ha causado el rechazo generalizado de los
principales grupos parlamentarios, que han tachado la propuesta de
"absoluta barbaridad". La portavoz del PSOE, Soraya Rodríguez, ha
señalado que es "absolutamente rechazable" y ha adelantado su
negativa a apoyar cualquier iniciativa que no contemple el aborto como un
derecho de las mujeres, unido al derecho a su salud sexual y reproductiva, como
prevé ahora la ley. Por otra parte, la portavoz de UPyD, Rosa Díez, también
cree que la medida que plantea Salvador es una "absoluta barbaridad"
y un "completo despropósito". Según el diputado de ICV Joan
Coscubiela la proposición de ley "se descalifica a sí misma" y,
además, persigue "criminalizar" a las mujeres».
Lo más asombroso de este “rasgado
de vestiduras” colectivo es que ninguno de los que han hecho declaraciones
esgrimen razón alguna de fondo por la cual la propuesta es esa barbaridad,
ese despropósito o se descalifica a sí misma, y menos aún han explicado
cual es la razón de que se criminalice a las mujeres. La ligereza de esas
críticas tan rotundas, pomposas y absolutas es muy llamativa.
Más allá de si resulta o no
conveniente que se obligue a las mujeres a contemplar la ecografía (podría
proponérsele, ofrecerles esa posibilidad, y no tanto obligar a ello) resulta
patente aquí lo que afirma Francisco José Contreras en su artículo “Un nuevo
lenguaje para la cultura de la vida en Europa”[2]:
“El aborto se sostiene sobre la mentira sistematica acerca de la humanidad del
feto y la pudorosa ocultación de los detalles macabros de la técnicas
empleadas”, por lo que, sigue diciendo “el abortismo necesita de la oscuridad;
en cambio, todo lo que implique visibilización de lo ocultado favorece a los
pro-vida”. Cita Contreras unas estremecedoras declaraciones de Norma Eidelman,
expropietaria de clínicas abortistas: «Intentábamos
a toda costa evitar que las mujeres vieran los fetos [tanto en ecografías,
cuando aún vivían, como tras el aborto, cuando ya habían sido despedazados].
Intentábamos impedir que las mujeres los vieran [a sus hijos]. Siempre querían
saber el sexo, pero les mentíamos y decíamos que era demasiado pronto para
saberlo. Era mejor que las mujeres pensaran en el feto como una cosa».
[1] DRAE:1. m.
Acción o palabra que es causa de que alguien obre mal o piense mal de otra
persona. 2. m. Alboroto, tumulto, ruido. 4. m. Asombro, pasmo, admiración
[2] Si
cualquier partidario del aborto intencionado leyera con honradez intelectual y
aprovechamiento este magistral ensayo, no dudo de que cambiaría de bando y se
convertiría en pro-vida convencido. Es demoledor
Me parece muy apropiado tu Post querido Joaquín. quisiera añadirte un apunte singular, sin sentido, que tenemos en esta sociedad, en esta administración que protege lo que le da la gana y deja desprotegido al feto, al ser humano, a la familia a la integridad, a los mínimos derechos personales. Que te parece que un Ayuntamiento, una corporación local como puede ser un pueblo de la sierra de Madrid sanciones con 10.001 € a una persona que corta un árbol sin permiso previo, cuando este árbol estaba enfermo, o simplemente con sus raíces estaba estropeando el resto del jardín?, pues es una realidad, en este país puedes abortar, y te pueden ayudar a hacerlo, pero no puedes arrancar un árbol. Así se escribe la historia.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Juan. Y, así es, lña hipocresía campa a sus anchas en la sociedad española actual. La verdad es que “Cada día resulta más fácil saber lo que debemos despreciar: lo que el moderno admira y el periodismo elogia”. (Nicolás Gómez Dávila).
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